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viernes, 23 de abril de 2010

Desde Tarragona: carta a una amiga


Nosotros por acá en Tarragona, estamos muy bien. Sólo que hemos regresado a la vida de estudiante: a comer pasta y arroz, a no salir a cenitas, a no poder ir de shopping. Es una vida un tanto austera, pero también es apasionante. Además he revivido mis lecturas sobre nacionalismo e identidad que por aquí son pan de cada día; no se necesitan los libros, si uno sale se pueden leer en la gente, aunque a mi a veces me dan ataques de histeria colectiva y prefiero encerrarme en casa, y leer aquí lo que sucede afuera. Parece que Europa se desmorona en los fantasmas de sus identidades. Este tapete multilingüístico y étnico reniega por las burcas, y por que los sudacas no hablamos bien el Castellano y porque todos los sudacas somos golpistas. –Entiéndase por sudaca a los Sudaméricanos: que son los que habitan las tierras salvajes de América para abajo; ¡yo alego que ni siquiera saben geografía!–. También se reniega por el acento más cerrado que tienen en la vocal -i, e, o- los que viven más allá del Ebro, o porque la "l" ya no la suavizan tanto: dicen que ya no es un Catalán como el del centro. También se reniega por que los de Barçelona ya no lo hablan de manera pura. Ahora se lucha porque las películas se doblen al Catalán, ¡Sí, todas ellas! ¡Vaya efervescencia la de Catalunya!

Debo de confesar que, por una acto que no puedo explicar, las preferiría ver dobladas en esa lengua y no en el castellano actual. Escuchar a los actores "Americanos" en castellano me produce un no sé qué que ya no les creo nada. Sí, ¡nada! Como si el hablar en castellano les afectara tanto para que ya los super-héroes no pudiesen volar, ni los militares rescatar al mundo de los ataques extraterrestres. Es más, ya no le creo ni a los enamorados. Que me disculpen, pero se me hacen falsos cuando dicen sus palabras de amor, de "cachondeo a la mexicana". No me producen los mismos efectos: conejito, follar, tío, tía, y la combinación de éstas con las palabrotas sucias que a veces excitan cuando se tiene sexo. No sé que sea, porque cuando veo las películas de Almodovar las mujeres españolas me parecen cachondas. No lo puedo explicar, pero hay algo ficticio, hipócrita, en el doblaje. Voto porque se hagan en Catalán, así por lo menos aprendería algo de una lengua que me parece oculta y privada.

Aquí, con la lengua, sucede lo que con las identidades orientales y occidentales a los berlineses: aunque ya se cayó el régimen totalitario hay muros invisibles que aún dividen, y que no se pueden tirar con un martillo. Franco es un fantasma que crece con el tiempo y se está alimentando con nuevos nutrientes.

El catalán se dice que se enseña por todas partes. Pero cuando vives aquí, no se te habla en esa lengua. Sólo cuando haces trámites en las oficinas de gobierno, te comienzan a hablar en catalán y después cambian, en cuanto saben que sabes castellano. Una vez me tocó la fortuna de estar en un sauna. Había puros catalanes hablando en catalán. Entré y me preguntaron algo -yo estaba feliz de escuhar la lengua–-, pero al no poder responder todos cambiaron al castellano, esto a pesar de mi insistencia de que siguieran hablando en catalán. Alegué que me gustaba escuchar y aprender. Acto seguido el castellano invadió el ambiente. Es complejo, muy complejo. No se sabe qué acto inconsciente haga que se cambie el switch de esa forma. Es mágico, a mi me gustaría poder hacerlo con dos lenguas. Pero muchos de ellos no ven magia en dicho acto, sino una imposición y quieren borrar el castellano de su lengua: si pudieran lavarían con estropajo esas palabras sucias, hasta que ya no quedara resquicio alguno sobre sus lenguas.

Es sumamente interesante lo que se vive aquí. Un amigo chileno que es muy perspicaz me hizo notar algo. me dijo: "uevon, ya notaste que cuando los catalanes hablan en catalán como que son más suaves, dicen 'un café, si us plau' y en castellano no, ahí simplemente dicen: un cortado.." Mi amigo me abrió los ojos. Es un elemento muy inconsciente. El catalán lleva la suavidad de la madre, del mimo del té de media noche y del beso dulce de la mañana; el castellano, la dureza de un sistema, de una fórmula, es como el rezo que se recita de memoria. Uno es orgánico y el otro mecánico: calor y frío.