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domingo, 1 de agosto de 2010

Mont Blanc y el reloj de la vida

Todo comenzó una mañana fría de diciembre 11. Era mi cumpleaños. Me esperaba en la mesa una tarjeta. Dos simios-antropoides alardeaban por una caja empaquetada y con listones “-What is in this box Tom?” Era una tarjeta con austrolopitecinos: el perfecto regalo para un estudiante del cuaternario. Y, como Tom, yo me pregunté: ¿Qué hay ahí? Unas palabras de felicitación y, al final, una incógnita: “vale por ?... Se requiere de ti y de tu tiempo el 19 y 20 de este mes...”. Las perfectas artes de La Chamana me envolvían como un dulce a un niño, pero con palabras misteriosas en una tarjeta jocosa. Tuve que esperar siete largos días.
Mañana fría, 18 de diciembre: la incógnita aún no se develaba. Caminamos a la estación de tren. Por mi mente pasaban ciudades, aventuras. Pero prefería no imaginar lo imposible, ni ilusionar lo vano: el dinero y la situación no nos permitirían llegar a África, ni a un lugar muy lejano, además, el misterio duraría sólo un día. 
Al llegar a la cola, me paré junto a la Chamana y ella dijo “Dos boletos a Mont Blanc.” 
No lo pude evitar, mi cara advirtió lo que el pequeño poblado significaba en el mapa de Europa. La Chamana con su peculiar encanto me miró y dijo: “¿Qué ya conoces?”.... Sí, claro, fuimos en la clase de geología y le expliqué dónde estaba. -“¡No!” -Je, je, es broma. -“¿Pero entonces?” -No, es que, es super chiquito, ahí no hay nada. -“No justo lo pensé para ti, para ir a un poblado tranquilo: que no haya fiesta, como de viejito”. De pronto en la confusión de qué estaba pasando, la Chamana, cual detective, me dijo señalando a un mochilero de canas blancas: “a él síguelo”. Corrí y subimos al tren.
Si la densidad de personas expresara la calidad del lugar a donde vas, éste tendría que ser muy malo. Eramos tres, el de adelante, como mi alma, era viejo, pero con mochila al hombro; era al que habíamos seguido. La Chamana me explicó porqué lo seguimos: iba a Mont Blanc; lo había escuchado pedir su boleto cuando estábamos en las ventanillas. Antes de comenzar a andar se subió una familia. Veinte minutos después íbamos viendo el paisaje y la Chamana me envolvía en misterios de lo que haríamos y veríamos y de lo que no pudimos hacer por falta de dinero y de ropa de invierno... De repente, en medio de la nada, el tren se detuvo. A los pocos minutos llegó personal del tren: “alguien se ha cruzado en la vía... Veremos qué pasa”.
...Pasó mucho tiempo, íbamos en el último vagón. El padre de familia comenzó a hablar: “¡Hostía, pero si está vivo!, se ve cómo se mueve”... Más gente llegaba; otros se iban: todos venían de los otros vagones. De pronto el niño comenzó a hablar y el padre le explicaba: “no es que seguro que se aventó al tren y pues el tren le pegó, eso pasa” Escenas gore; platicas detalladas. El padre le explicaba al hijo y el hijo le preguntaba. En el transcurso de la situación, todos comenzaron a cuestionarse en voz alta y a hacer soliloquios: “No pero seguro perderemos el que sigue, es que debe llegar el juez y los mozos y... Sí seguro nos pondrán otro tren...” “Pero es que con este ya son cuatro, ya van dos en Tarragona, uno en Torredambarra y este, todos en una semana... Pues será que a todos los coge mal parados esta época y con las hipotecas hasta... ¡Que me cago en la leche!” Otro, más joven, tomó su móvil y comenzó a andar en dirección al accidente.
Soy honesto, el gossip me inquieto y fui a ver qué se veía, qué sucedía. Estábamos en la puerta el padre, la madre, el hijo y el viejo que iba a Mont Blanc. Era cierto, había una persona a unos cien metros; dos parados lo miraban y uno parecía estar indicando vía telefónica el lugar del accidente.  EL fotógrafo del móvil se aproximaba al lugar de los hechos. El atropellado parecía levantar la cabeza. 
Habían pasado más de 20 minutos y nosotros teníamos que conectar en La Plana de Picamoixons y de ahí tomar otro tren que nos llevaría a Mont Blanc.
La Chamana, desesperada intentaba leer. Fui con ella y le platiqué lo que se veía.  Su cara se alargaba y sus ojos se entristecían. Con la premura del tiempo encima, se dice lo que no se tiene que decir y los impulsos guían a la razón: “qué pinche suerte, a ese se le antojó tirarse ahorita, justo cuando no podemos llegar en otro tren y ya no hay camiones... Me da tristeza... Era tu regalo, tu sorpresa...” - 
Yo, que por dentro me sentía en una película de Hitchckok, intentaba atraer los pensamientos sabios de los tibetanos, de la clase de yoga y de las viejas lecturas de Cornejo, que mi madre me dejaba leer cuando era adolescente; no sé de donde, pero lo positivo me salió a flote:

No te preocupes, tranquila, hay cosas que no puedes evitar... Tú lo planeaste todo, pero a veces las cosas no salen... Es como ese hombre, qué tal que se intentó tirar y matarse y tuvo la suerte de quedar vivo. Seguro esto lo ayudará y lo verá en algún momento y le servirá para recordar lo miserable que es la vida y entonces lo que viva después lo hará sentir mejor.

Sin duda, mi intento de ser positivo, calmo los ánimos. La Chamana comenzó a reírse de mi soliloquio como huazona en crisis. Y como pasa siempre, yo, con cara de no entender y no comprender, la miraba... Ella entre carcajadas me explicaba lo confuso de mi lógica y me hacía ver que no había, en mi pensamiento, un ápice de optimismo.
Nos tocó un taxi para nosotros dos solos; al final el mochilero de canas decidió ir a Lleida. El chofer advirtió: “En Mont Blanc es más frío que aquí”. En el camino la Chamana sacaba hojas y las revisaba, eran reservaciones.
Nos bajamos y comenzamos a caminar. Era un poblado amurallado. El frío arreciaba y no sabíamos a dónde caminábamos.
-II-
Perdidos entre las murallas, sin mapa, con el viento que nos curtía la piel y con las solas notas de la Chamana, intentábamos encontrar la fonda Cal Blasi. La escena seguía esbozando un trágico cumpleaños en un poblado desolado y con viento.
Finalmente y con suerte llegamos a un pequeño lugar de fachada de rocas y ventanales de madera, un tanto rústico, tocamos la puerta y salió un simpático hombre. “Benvinguts....” Nos dijo una frase en catalán. “Lo entendéis, verdad”, preguntó. Replicamos, un tanto atolondrados, que sí. Enseguida nos mostró el hotel: detallaba con sus descripciones cada rincón. De la recamara describió el baño, la cama, la ventana, la terraza, los controles... Todo. No faltó algo sin quedar explicado. Después se dispuso a irse, no sin antes advertir que ese lugar era pensado para descansar, para disfrutar y relajarse: “no admitimos niños sólo por eso.. escuchen” Y con un don de maestro nos hizo escuchar el silencio. 
Al final levantó las manos y dijo: “¡qué maravilla, que lo disfruten!” y salió.
Calma, silencio, olor a casa.  El Cal Blasi se mueve por dos almas: Carme y Carlos. Ella de primera impresión es fría, da la sensación de estar encerrada en sus pensamientos; Carlos, al contrario, es todo él hacia afuera: habla, ríe, platica, enseña. Hacen una gran mancuerna. La unión de sus fuerzas se expresa a lo largo de nuestra estancia, sin embargo, es en la cena cuando se ven sus máximas expresiones. La comida es natural, hecha a mano. Se hace poco y  para pocos. El tiempo, ese que no se acaba pero que cómo nos falta, aparece en cada bocado que se prueba y en cada plato que se sirve. Ella cocina y él atiende. Aquí un piñón tostado a mano; allá un pimiento asado, pelado y machacado; del otro lado, una mujer que con calma los cocina.  
Es tal el valor que Carme le da a su comida que cuentan por ahí que una ocasión llegó un turista perdido y hambriento y le dijo: “Me puede cocinar lo que sea, cualquier cosa. Con tal de que quite el hambre” Ella, cual si hubiese escuchado una blasfemia, casi lo manda a la hoguera: “¡Cómo se atreve a decirme que le haga cualquier cosa, yo no me levanto a gastar mi día en cualquier cosa!...”  La historia no la sé completa, pero estoy seguro de dos cosas: o Carme, enfurecida, le mostró el camino a un fast food o el hombre se dio cuenta y  terminó aclamando un alimento que fuera propio del esfuerzo, de ese, que hace que valga la pena el día. La historia la supe después de cometer el mismo error que ese hombre, por eso, interpreto el posible final que tuvo su destino. 
Mi error fue llegar de la fabrica de vinos con prisas y con la premura de que quedaban escasas dos horas para tomar el tren que nos llevaría de regreso a Tarragona. “Carme -dije- nos podría preparar dos bikinis -sandwich de jamón-, algo sencillo, sé que usted lo hará saber diferente, es para llevarlos a la sala y comer allí, tal vez, con dos cervezas” Al inicio se negó y me dijo, “Bikinis yo no hago, no tengo tiempo de hacer el pan”, de hecho me miro con cara de “mira este limosnero y con garrote, cómo que en la sala y algo rápido”. Yo lo acepté su mirada, expresión y argumentos fueron irrebatibles. 
Ella me dijo que me mostraría dónde comprar una Bratwurst, comida común en catalunya. Después de escuchar la negación, yo, con espíritu un tanto antropológico y un tanto de pirata de la cocina, comencé a preguntar sobre la manera en que cocinaba y le pedí que me dejara tomar unas fotos. Después de una exquisita platica en la que, al contrario de los procesos industriales y controlados de la fabrica de vinos, me enseñó cómo la calma y el sabor son hermanos de la pasión y el tiempo. Al final me dijo: “Bikinis no hago, pero si quiere le llevaré un quiché con hongos y las dos cervezas, sólo que lo llamo y usted baja por ellas”. Ya no quiero presumir más, sólo concluyo: el trato humano, la calma de la sala, la lectura, la cerveza y ese sabor del quiché y del pan dulce hecho a mano son inolvidables.  

Pensar en el Cal Blasi es pensar en lo opuesto de la modernidad, es conocer el contraste entre dos lógicas: la de la cantidad y la de la calidad. El mundo moderno impone la primera. Conforme esa fuerza que llamamos modernidad se expande, la segunda forma parece ir quedando en el olvido. Los hoteles regularmente son jaulas bellas en las que se esconde lo impersonal, lo hecho en serie. 
Las emociones, las vivencias y los sabores, dicta ese nuevo ritmo de la vida, deben de ser similares para todos. En el Cal Blasi, la lógica es la inversa. Lo único, lo diferente, lo tradicional y el trato diferenciado son las envolturas de su espíritu. 
Mi regalo de cumpleaños fue una experiencia de ambivalente reflexión, fue pensar qué sucede cundo el tiempo se detiene porque la vida está en él y qué, cuando el tiempo se detiene porque la vida se acaba.

15.01.10

Cataluña de mundiales y toros

Banderas rojas que arden ante ti
y tú, señora, preñada de historia y hastío, las ignoras...

Con el rencor más profundo
 que las heridas mismas de sus colores te hicieron
ignoras a sus fieles de rojas y amarillas caras 
y al tiempo expulsas a sus toros

Festejos en Salamanca

jueves, 6 de mayo de 2010

martes, 27 de abril de 2010

Un viejo e-mail: A propósito del golpismo latinoamericano:


Si hubiera habido unas faldas, me podría haber metido debajo, sin embargo el único refugio que encontré fue el recoveco entre la mesa y el piso; los vidrios caían de las ventanas, no solté mi libro y tomé la chamarra cautelosamente. 
En un inicio pensé que eran balas y por primera vez en mi vida me sentí vapuleado, no sabía como reaccionar y los demás comensales comenzaron a correr a las escaleras; un mesero me vio y gritó alarmado: “señor muévase para acá, venga rápido.” Fue en ese momento que me paré y vi a jóvenes que con paliacates enredados en la cara aventaban piedras a los vidrios que aún no se rompían. Eran cientos con paliacates y además traían banderines. Yo estaba junto a una de las ventanas.
 Un hombre tomaba con una mano una silla que la usaba como escudo; con la otra, una bebida. En eso la multitud se acercó más al lugar y las personas comenzamos a correr hacia el segundo piso. Dos meseros fueron hacia unos metros de donde estaba mi mesa e intentaron tomar el televisor: acababa de ser el partido Boca contra Atlas, de la Libertadores. No sé cómo -pero con muchos huevos-  vi a los meseros subir el televisor. 
Afuera se oían gritos; adentro un silencio fúnebre se alimentaba con las luces apagadas y una mujer que estaba a mi lado dijo: llamen a la policía y al instante recitó un número de memoria. No era algo así como el 060 o 911, era más largo y se lo sabía de memoria, en ese momento sentí más pánico; no sé por qué pensé que eso era un signo de inseguridad mayor a lo que había estado acostumbrado.
Un minuto después, cuando yo le preguntaba a uno de los meseros si había una salida alternativa y él me miraba con cara de no mames, y entonces yo exploraba la posibilidad de brincar desde el segundo piso, otra mujer se sentaba en una esquina en el suelo y sacaba su celular y escuché que dijo, “si hermanito son los de la “…” –la palabra se borró de mi mente- están apedreando El Ciudad creo que quieren entrar, manda a un camarógrafo para que los grabe.” 
¡Grandioso! Pensé, ahora nada más falta que un ímbecil con una cámara nos salve de ser descalabrados por un grupo de bestias. En eso un hombre de pelo largo se acercó a aquella mujer y le dijo: “¿cómo es posible que seamos periodistas, vengamos de la marcha y no tengamos una cámara?”
En ese momento un señor de unos cincuenta años dijo “y estos son los que quieren cambiar a Bolivia”, refiriéndose a los de los paliacates y después dijo “ya se van, ya ve, creo que el problema es que este café es del ministro”. Entonces yo voltee y le dije “ah sí, ¿y quien se lo quiere chingar?” y en eso pensé que mis palabras eran muy agresivas y le dije “es que soy mexicano y no entiendo nada de lo que pasa aquí”. Entonces me explicó: “ah no, es que es la oposición”.
En eso, ya había patrullas afuera y unos policías motociclistas con armas largas y un camarógrafo: todos ya estaban allí- El camarógrafo, no sé si era el amigo de la chava aquella, pero ahí estaba. En eso queriendo aclarar mis dudas me acerqué a los periodistas y les pregunté “¿son de prensa escrita?” y él la vio a ella y dijeron que sí. Después me invitaron a sentarme con ellos.
Me explicaron todo. Y cuando digo todo son todos los problemas de Bolivia. Debo dejar en claro que, a pesar de no conocer nada, no estaba de acuerdo con lo que decían. Pertenecían a La Prensa, cuando escuché eso se me vino a la mente el periódico mexicano, sentí escalofríos y vi cabezas rodar por todas partes. 
Su explicación puede ser resumida en la imagen que me pintaron de La Paz: –la Paz está compuesta por tres clases sociales, la clase alta que vive abajo –hacían referencia a la orografía- en el sur y después el centro, que es en donde estamos, donde habita la gente de clase media y conforme caminas hacia arriba: la pobreza brota. Los de abajo explotan a los de arriba; los de abajo viven en una burbuja, viven en un Sueño. La clase media no entiende nada, toda ella es una clase ignorante, están con la oposición y esta pobre gente, tiene más validez por aventar una piedra, que la clase media que va a un mitin y dice huevadas que ni cree: les da pena y coraje que un indio sea el presidente de este País; les da coraje que Evo ayude al indígena y se olvide de ellos. Después de todo, los indígenas ya han estado olvidados y ahora pues le toca a la clase media ser la olvidada.–
Estoy en desacuerdo, no dudo y el problema sea de distribución ni tampoco dudo que los indígenas han estado oprimidos durante siglos, pero el “Ojo por Ojo” es un lema que, si acaso funcionó, fue en Babilonia, hoy no existe ningún Nabucodonosor que lo haga funcionar; una prensa manejada por gente que llama al golpismo está condenada a naufragar.
Cuando me preguntaron que hacía, me rehusé a explicar,  pensé que me echarían a pedradas del lugar. Entonces retomé la charla y le pregunté: entonces, ¿lo que estas diciendo es que este lugar es de gente de derecha y los que están apedreando es gente de Evo?  “sí, así es”. No aguanté y dije, que absurdo eso sólo puede pasar en países latinoamericanos, ¿cómo un presidente envía a la gente a protestar y a colmar la paz pública? Un presidente que ve blanco y negro, buenos y malos: el maniqueísmo de la izquierda latinoamericana nos tiene refundidos. En todo caso, no sé si Evo los mandó, lo que sí y más preocupante es que un periodista vea así la realidad, con tan pocos matices.
Disculpen las molestias que este mail les ocasiona. Pero bueno estoy vivo y esta ciudad es una locura. En frente de mi hotel hay un bar cubano, creo que voy por un mojito.
¡Salud!

Horas putas

 Después de tu partida,
el tiempo se vuelve fango que se hace goma.. 
las horas se alargan y se estiran y se hacen lentas..  
las muy putas se presumen y se anuncian.. 
al oído me gritan... y tic-tagean  
están ahí cuando duermo y cuando camino 
lo hacen, y me hacen daño: 
me gritan que ya te fuiste... 
y luego ríen y cuchichean  
¡horas putas! ¡putas violentas!  


Pero solas no viven ellas...  
las persiguen los vendedores de traje blanco
ellos, los que van de puerta en puerta.. 
ellos, los que se meten a la cocina.. 
los que se esconden bajo la almohada  
ellos, los que se anuncian cuando llegan...  


y me muestran sus productos
y yo los compro...
y yo me embebo, 
los absorbo y los huelo, 
les doy vueltas y los recreo...


Pero ellos no vienen solos...
les siguen los hechiceros que visten azul de cielo
y ellos me echan humo
y me zurean con sus zumbidos...
y me hipnotizan con sus latidos
y yo sueño y te veo... 
sueño que cuento estrellas que se hacen pecas
sueño que escucho ruidos que se hacen voces
y yo te cuento y me emociono...  

Pero ellos no vienen solos...  
les siguen los terroristas de traje obscuro 

y ellos primero roban y luego pegan
y me azotan con su látigo de realismo...

y yo vuelvo con esas putas;
vuelvo con esas putas violentas, que tigtagean.. 
(para A. B.)

viernes, 23 de abril de 2010

Desde Tarragona: carta a una amiga


Nosotros por acá en Tarragona, estamos muy bien. Sólo que hemos regresado a la vida de estudiante: a comer pasta y arroz, a no salir a cenitas, a no poder ir de shopping. Es una vida un tanto austera, pero también es apasionante. Además he revivido mis lecturas sobre nacionalismo e identidad que por aquí son pan de cada día; no se necesitan los libros, si uno sale se pueden leer en la gente, aunque a mi a veces me dan ataques de histeria colectiva y prefiero encerrarme en casa, y leer aquí lo que sucede afuera. Parece que Europa se desmorona en los fantasmas de sus identidades. Este tapete multilingüístico y étnico reniega por las burcas, y por que los sudacas no hablamos bien el Castellano y porque todos los sudacas somos golpistas. –Entiéndase por sudaca a los Sudaméricanos: que son los que habitan las tierras salvajes de América para abajo; ¡yo alego que ni siquiera saben geografía!–. También se reniega por el acento más cerrado que tienen en la vocal -i, e, o- los que viven más allá del Ebro, o porque la "l" ya no la suavizan tanto: dicen que ya no es un Catalán como el del centro. También se reniega por que los de Barçelona ya no lo hablan de manera pura. Ahora se lucha porque las películas se doblen al Catalán, ¡Sí, todas ellas! ¡Vaya efervescencia la de Catalunya!

Debo de confesar que, por una acto que no puedo explicar, las preferiría ver dobladas en esa lengua y no en el castellano actual. Escuchar a los actores "Americanos" en castellano me produce un no sé qué que ya no les creo nada. Sí, ¡nada! Como si el hablar en castellano les afectara tanto para que ya los super-héroes no pudiesen volar, ni los militares rescatar al mundo de los ataques extraterrestres. Es más, ya no le creo ni a los enamorados. Que me disculpen, pero se me hacen falsos cuando dicen sus palabras de amor, de "cachondeo a la mexicana". No me producen los mismos efectos: conejito, follar, tío, tía, y la combinación de éstas con las palabrotas sucias que a veces excitan cuando se tiene sexo. No sé que sea, porque cuando veo las películas de Almodovar las mujeres españolas me parecen cachondas. No lo puedo explicar, pero hay algo ficticio, hipócrita, en el doblaje. Voto porque se hagan en Catalán, así por lo menos aprendería algo de una lengua que me parece oculta y privada.

Aquí, con la lengua, sucede lo que con las identidades orientales y occidentales a los berlineses: aunque ya se cayó el régimen totalitario hay muros invisibles que aún dividen, y que no se pueden tirar con un martillo. Franco es un fantasma que crece con el tiempo y se está alimentando con nuevos nutrientes.

El catalán se dice que se enseña por todas partes. Pero cuando vives aquí, no se te habla en esa lengua. Sólo cuando haces trámites en las oficinas de gobierno, te comienzan a hablar en catalán y después cambian, en cuanto saben que sabes castellano. Una vez me tocó la fortuna de estar en un sauna. Había puros catalanes hablando en catalán. Entré y me preguntaron algo -yo estaba feliz de escuhar la lengua–-, pero al no poder responder todos cambiaron al castellano, esto a pesar de mi insistencia de que siguieran hablando en catalán. Alegué que me gustaba escuchar y aprender. Acto seguido el castellano invadió el ambiente. Es complejo, muy complejo. No se sabe qué acto inconsciente haga que se cambie el switch de esa forma. Es mágico, a mi me gustaría poder hacerlo con dos lenguas. Pero muchos de ellos no ven magia en dicho acto, sino una imposición y quieren borrar el castellano de su lengua: si pudieran lavarían con estropajo esas palabras sucias, hasta que ya no quedara resquicio alguno sobre sus lenguas.

Es sumamente interesante lo que se vive aquí. Un amigo chileno que es muy perspicaz me hizo notar algo. me dijo: "uevon, ya notaste que cuando los catalanes hablan en catalán como que son más suaves, dicen 'un café, si us plau' y en castellano no, ahí simplemente dicen: un cortado.." Mi amigo me abrió los ojos. Es un elemento muy inconsciente. El catalán lleva la suavidad de la madre, del mimo del té de media noche y del beso dulce de la mañana; el castellano, la dureza de un sistema, de una fórmula, es como el rezo que se recita de memoria. Uno es orgánico y el otro mecánico: calor y frío.

domingo, 18 de abril de 2010

La horma de la cultura: mujeres y gestos

En Acerca de mis cuentos, Jorge Luis Borges, escribía:

Homero, o los griegos que llamamos Homero, sabía, sabían, que el poeta no es el cantor, que el poeta (el prosista, da lo mismo) es simplemente el amanuense de algo que ignora y que en su mitología se llamaba la Musa. En cambio los hebreos prefirieron hablar del espíritu, y nuestra psicología contemporánea, que no adolece de excesiva belleza, de la subconsciencia, el inconsciente colectivo, o algo así. Pero en fin, lo importante es el hecho de que el escritor es un amanuense, él recibe algo y trata de comunicarlo, lo que recibe no son exactamente ciertas palabras en un cierto orden, como querían los hebreos, que pensaban que cada sílaba del texto había sido prefijada. No, nosotros creemos en algo mucho más vago que eso, pero en cualquier caso en recibir algo.

De eso que el habla es de lo que intentaremos hablar aquí, de una inercia, de una suerte de fuerza que se impone a las formas individuales. Si ella ocurre en las letras, cuyo acto es aceptado por ser insignia de lo racional. ¿Qué se podría esperar de aquellos actos, cuya repetición constante, someten al quehacer en un horma más rutinaria y aparentemente menos racional? Actividades como la del zapatero, que arregla los desperfectos del que camina; o la del constructor, que acomoda los ladrillos que le dicta el arquitecto; o la del panadero que amasa la harina que le ordena el maestro; o la del hombre prehistórico, que tallaba los instrumentos líticos que requería la caza. Todas esas actividades, en cierta forma, conviven con la del acuñador de monedas: se repiten, parecen respuestas a estímulos específicos, a órdenes que se ciernen el quehacer de manera muy específica.

La cultura es como un fantasma. Nos sigue y nos persigue durante toda la vida. Es como los acentos, los gestos y las miradas: por mas que intentamos pretender que no los tenemos, ellos -los fantasmas-, sin permiso, se asoman. Qué difícil la labor del espía: prisionero de la razón debe educar lo inconsciente -al guiño, a la mueca- para enmascararlo en una horma ajena a la suya. El espía ata sus fantasmas. Yo creo que a todos esos verdugos terminaron por salirles callosidades en el alma. Yo creo que después cuando caminan les raspa la máscara como si mil lenguas de gato les lamieran la herida escondida. Y cuando pueden, seguramente, en las juntas sindicales de espías, gritan y gimen su cultura, la ostentan como el tesoro prohibido.

Pero como el espía que busca cuando esconde, el antropólogo también escudriña y hurga, e intenta levantar los suelos de la corteza para develar los sedimentos enterrados que enmascaran a los habitantes de este y aquel pueblo. Yo fui entrenado para eso. Sin embargo, no recibí la educación del criptógrafo, ni la del colonialista, menos la cátedra del maestro Michitaro Tada: me conformo con los libros y aun aprendo de todos ellos. Aveces, incurro en errores de estilo y como el fotógrafo no puedo evitar poner mi perspectiva en la foto. Así que he de ser sincero: no sé si todo lo que describo lo develo y lo descubro o, más bien, lo tiño y lo invento. Tada estudió los gestos, los movimientos sutiles. Estoy seguro que a mil metros podía diferenciar distingos de clase, los movimientos del barrio. ¡Qué decir de las mujeres y de sus funciones comunicativas! En una cultura como la japonesa en donde la prohibición del gesto es timbre de la sensualidad femenina, Tada, pudo identificar mil rúbricas, mil signos. Hizo labor del quiromántico.


Llevo meses en Catalunya y me ha intrigado un gesto. Imploro a Tada, otra vez se trata del gesto femenino, aunque ahora no es de la mujer oriental. Quiero hablar de las catalanas. En su mayoría son muy atractivas, pero en ellas hay un gesto que me abruma. Es una suerte de dureza que guarda su expresión, una suerte de retención. Parecerían contener la sonrisa, pero ni siquiera su mirada sonríe... Las catalanas comulgan en sus facciones con las francesas: ambas, evidentemente, son muy atractivas, pero a diferencia de sus vecinas, pícaras y sensuales, a las catalanas, las anega el silencio, la distancia, la seriedad. Son duras de rostro, están como ausentes cuando contemplan y cuando miran; esperan, calculan, meditan. Francesa mirada de Marron glacé; Catalana, la tuya es de avellana. Sólo que aún se esconde dentro de su cáscara.